Dos gays cualquiera en dos series cualquiera

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Las series, las películas, los programas de televisión que se hacen son el reflejo de lo que vivimos, de lo que somos, de la sociedad en la que nos movemos. No hablo sólo de la calidad de las series. También hablo de los subtextos, de los ambientes, de los personajes que deambulan por ellas.

En el origen de todo estaba Médico de familia (Génesis I, 14) y allí la chacha era andaluza, forzaba el acento, el mindundi de su novio era un patán, el abuelo veía los toros (y era fan de Enrique Ponce, que lo recuerdo) y no se apreciaba por ninguna parte personajes disonantes, diferentes, especiales, que no fueran de clase media-alta, que vivieran en un chaletazo imponente en uno de los barrios más caros de Madrid, que no se hicieran demasiadas preguntas, no tuvieran demasiados problemas y que tuvieran una visión de la vida, digamos, sencilla.

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¿Esto implica que Médico de Familia fuera una mala serie? Para nada. Puede que no fuera la mejor serie del mundo, puede que no fuera la serie que me mantuviera al borde del sillón, enganchado a más no poder, pero era una serie más que digna que se mantuvo muy bien en pantalla durante mucho tiempo.

Médico de familia no era la mejor serie del mundo, pero marcó una época.

¿Pero qué pasa? Que la sociedad avanza, y con ella sus series y sus películas y todas las obras que genera. Es verdad que hay un poco de todo, que a veces personajes y tramas están metidos con calzador, que no siempre el resultado es el más brillante (no todo lo que se estrena puede ser Los Soprano o A dos metros bajo tierra). Ahí está por ejemplo la trama gay de Los hombres de Paco, por ejemplo, que por muchos años que pasen no podré arrancarme de la cabeza.

A pesar de que no siempre se hace de la mejor manera posible el avance social siempre se ve reflejado en las series.

Volvamos a Emilio Aragón. Veinte años después de que finalizara Médico de Familia, y con un sueño de Resines de por medio, cuando ya había finalizado también Al salir de clase, Física o Química y tantas otras series que marcaron una época, Emilio Aragón levantó el proyecto de Pulsaciones.

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Como Médico de Familia, Pulsaciones tampoco era mi serie, pero había cosas en ella que me hicieron pensar justo en esto del avance, de que la evolución social y ficcional van de la mano. Uno de los personajes principales de Pulsaciones, una chica periodista, vivía con su novia azafata. Y todo era normal. Y no se hacía hincapié. Y no se gritaba ni había morbo. Y no se buscaban escenas tórridas porque sí, porque (eh, ¿os habéis dado cuenta?) sean dos chicas que se querían, se apoyaban, se compenetraban y hacían planes de futuro juntas.

giraltCasi a la vez se estrenaba en Telecinco Sé quién eres, una serie con toques muy chulos de thriller psicológico con una adolescente desaparecida y su tío como principal sospechoso. La serie, sobre todo en los primeros capítulos, funciona de maravilla, pero tampoco voy a extenderme sobre ello. No quiero hablar de sus giros, sus secretos, su protagonista frío, sus idas ni sus venidas. Lo que me interesa ahora es hablar de Giralt, uno de los personajes secundarios. Se trata de un inspector de policía de mediana edad. Serio, profesional, cabal, metódico, brillante… que tiene un trauma ¿cuál? Que un día su pareja se suicidó. De pronto, sin dar señales de que algo no funcionara bien. ¿Y sabéis qué? Su pareja era otro hombre. Y, oiga, no pasa nada. Sus compañeros de trabajo lo saben y lo respetan. O mejor: lo saben y les da un poco igual que Giralt sea o no sea homosexual. Lo que quieren es que sea un buen policía y que resuelva el caso. Nada más.

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Porque la sociedad en la que vivimos no está sólo compuesta de hombres fuertes heterosexuales tremendamente atractivos que, para añadir, están rodeados de mujeres atractivas débiles que necesitan ser protegidas. Porque en esta sociedad hay de todo y estamos todos y, por mucho que haya autobuses por ahí diciendo lo contrario, existe la homosexualidad y la transexualidad y la bisexualidad y, de verdad, no pasa nada de nada. No somos todos iguales y esa diversidad es un verdadero patrimonio que deberíamos defender con piedras, uñas y dientes.

Trabajar haciendo guiones

img_20160707_204440Llevo un buen tiempo sin pasarme por aquí. Es verdad, lo sé y lo siento, pero ha sido por una buena causa. Después de mucha pelea, después de mucho llamar a un millón de puertas y de ver cómo la mitad de las veces ni me abrían y la otra mitad me contestaban (poniendo carita de lástima) que no necesitaban comprar ninguna enciclopedia, después de haber hecho un buen puñado de proyectos y haber intentado venderlos aquí y allá… después de todo, por fin, he conseguido dedicarme a vivir de escribir guiones.

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Ha sido en La Fábrica de la Tele, en un programa que muchos conoceréis y que se llama HABLE CON ELLAS. Pues bien, de un día para otro, después de tanto insistir, me vi embarcado en este proyecto tan chulo que era resucitar un programa que había sido retirado de la programación en un par de ocasiones.

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La experencia no ha podido ser mejor. El equipo ha sido maravilloso. Trabajar con gente tan capaz, tan creativa, tan arriesgada, tan loca y a la vez tan con los pies en la tierra es algo que le deseo a todo el mundo. Entre todos y gracias a todos hemos sido capaces de levantar esa pequeña catedral gótica que es un programa de televisión en prime time.

Se te ocurren locuras y van los directores y te las compran

Una de las cosas más chulas de trabajar en la tele es que se te ocurren locuras, las sueltas por esa boquita que Dios te dio y resulta que te las compran, que gustan, que se gasta tiempo y dinero y energía en hacerlas realidad. Así se han llevado a cabo en el programa carreras olímpicas con patinetes, descensos del Sella desde un tobogán hinchable (con piñazo de Alba Carrillo incluido), entradas con tractores, atascos de coches a las puertas del plató, duchas de moco verde a una de las presentadoras o carreras de una de las invitadas (nada menos que Terelu Campos) en una cinta estática.

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Una compañera de producción me dijo un día que admiraba muchísimo a los guionistas, que éramos muy creativos, que estábamos todo el día inventando cosas. Lo que no sabía ella es que lo más admirable de todo es conseguir que todas esas ideas se hagan realidad.

De todo este periplo me queda, sobre todo, el agradecimiento a la productora por haber confiado en alguien tan obviamete desquiciado como yo y la experiencia de haber hecho posible un programa de televisión con un grupo de gente estupendo.

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Ahora empieza una tarea difícil. Una vez que el programa ha cuplido su ciclo toca buscar (de la manera que sea) un nuevo proyecto, una nueva oportunidad, otro tren que esté a punto de salir de la estación o que se haya puesto ya en marcha y al que le falte un fogonero. Yo estoy a disposición de ustedes, amigos productores y jefes de equipo. Soy bien mandado y a veces cuento chistes absurdos. Además invito a café de cuando en cuando.

 

¿Qué pasa hoy? (El caso de la Embajada)

Si quieres hablar conmigo cuéntame lo que sucede en la calle, lo que preocupa a la gente, lo que le quita el sueño a tu vecino, lo que provoca ansiedad.
Si quieres hablar conmigo háblame de lo que sucede hoy. En tu calle, en tu casa, en tu vida. No me vengas con tonterías. El sol siempre sale por el este y se pone por el oeste. Si vas a venir a hablarme de obviedades cállate, márchate a tu casa y no vuelvas hasta que no tengas una historia con algo de verdad en sus entrañas.


Personaje mosqueado que me acabo de inventar.
España.
2016

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Hace un tiempo publiqué una entrada en el blog titulada «La realidad se cuela en las series» y he querido recuperar el tema porque la tendencia parece que se fortalece. Esto, de entrada, es una buena noticia. Hay productos televisivos para todos los gustos, por supuesto, y no hay que olvidar que la televisión tiene más de un uso. Hay quien sólo se acerca a la tele para entretenerse y olvidar el día a día, pero también hay quien se engancha a series y a programas para entender mejor el día a día, para posicionarse en el mundo.

Hay programas que sirven sólo para entretener.
No son los únicos.

Programas que no van a nada más (y a nada menos) que a entretener hay una buena cantidad cada día y en cada cadena. La ruleta de la fortuna es un ejemplo (no sé si sabéis en qué consiste). En cualquier caso, esta entrada va de otra cosa, de esos productos audiovisuales que aspiran a nada menos (y a nada más) que a retratar el mundo en que vivimos.

La embajada (un caso de estudio)

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La productora Bambú es especialista en retratar aspectos de la actualidad en los productos que consigue colocar en las diferentes cadenas (#HireMePlease). Lo consiguió, por ejemplo, hablando de las dificultades laborales a las que se enfrentan las mujeres (Velvet, enlace aquí). También lo consiguió hablando del fenómeno de la acogida y de la huida de personas de lugares en conflicto (Refugees) y ha incluido elementos interesantes y de actualidad en casi todas sus creaciones.

Sobre la corrupción podría haber muchas series,
y más en España, pero hasta La Embajada
no había casi ninguna que tocara este tema.

En La Embajada encontramos la historia de una trama de corrupción política a gran escala generada en una embajada española en Tailandia. Dicho así, uno puede decir «muy bien, pues vale, de esas puede haber muchas». Sí… y no. Existe la posibilidad de que haya muchas series que hablen de la corrupción, pero lo cierto es que no las hay. En nuestro país ha habido casos contados en los que hemos tratado este tema. Crematorio  es un ejemplo. Como también lo es Sin Identidad o El Príncipe, pero se trata, sin duda, de excepciones a la regla. Fuera, por supuesto, es otro cantar, pero hablamos de España, no del resto de Europa ni de Estados Unidos.

Aquí parece que tratar temas de actualidad nos cuesta un poco, pero que hablar de la corrupción o del clientelismo político directamente es una utopía. Pues bien, La embajada se lo ha saltado, ha dado un paso más y ha entrado en harina en este tema.

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El tren del tito Paco tiene la culpa de todo

Pero además lo ha hecho con gracia. La serie está trufada de guiños a la actualidad política, a las noticias que uno lee en los periódicos.

Si un empresario hace un regalo a la mujer de un diplomático corrupto ella dice: «Te has pasado tres pueblos». Y el mismo empresario llama continuamente «Amiguito del alma» al diplomático que tiene en nómina (no sé si os suena el paralelismo).

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Te has pasado tres pueblos, amiguito del alma

Si hay un juicio y le preguntan a un responsable político sobre un acusado de corrupción el político no dice el nombre, dice: «Esa persona de la que usted me habla». En esta piedra ha tropezado también algún que otro dirigente.

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¿Se pueden incluir en una serie elementos que hagan referencia a las escuchas del caso Gürtel? Pues mira, sí.

¿Se puede poner de manifiesto lo ridículo que queda un político al negarse siquiera a mencionar un nombre? Pues anda, también.

No sé si la culpa de esto la tendrá Carlos López, Ramón Campos, Gema Neira o quién, pero desde aquí mi enhorabuena y mi agradecimiento por incluir esta dosis de inteligencia en una serie nacional.

Aparte, por supuesto, están otros elementos, el thriller, la tensión, las tramas amorosas, las intrigas políticas, la trama legal… todo se va entrelazando con elegancia. Es verdad que tiene elementos que pueden mejorarse y situaciones algo forzadas, pero es un verdadero must en la televisión de hoy en nuestro país.

 

 

El viaje de la heroína en Velvet

El personaje de Ana en la serie Galerías Velvet nos da una lección sobre en qué consiste el viaje del héroe y cómo se aplica a un guión para una serie.

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(Disclaimer: Si estás buscando un artículo sobre drogas siento decepcionarte. Cuando hablo de heroína no hablo de la sustancia con la que se trafica, que se inyecta -o se fuma- y provoca dramas humanos, familiares y sociales; de lo que hablo es de la forma femenina del nombre común «héroe». Sorry si no cumplo expectativas)

Hace ya bastante tiempo que Galerías Velvet está fuera de la parrilla, pero no está de más repasar esta serie de Bambú creada por Ramón Campos para que podamos ver cosas interesantes en lo que corresponde a su guión.

Muchos ven Velvet por el vestuario o la dirección de arte, pero sin un buen guión nada de eso serviría de nada

A uno la serie le puede gustar más o le puede gustar menos. Puede que mucha gente la vea porque se trata de una producción muy cuidada en la que la ambientación tiene un peso enorme, en la que los vestuarios y los decorados nos transportan a otra época… pero como lo que queremos aquí es hablar de guión, tenemos que decir que Galerías Velvet es una serie bien escrita, bien tramada y bien justificada.

El ejemplo del viaje del héroe

En la última temporada (ya viniendo de la anterior) el personaje de Ana, protagonizado por Paula Echevarría, nos da una clase magistral acerca del viaje del héroe (en este caso el viaje de la heroína -again, no es un opiáceo-).

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Situación de partida

Es una modista que quiere ser diseñadora

Evolución

Por una serie de circunstancias evoluciona, se forma, crece y consigue considerarse a sí misma alguien capaz de ser diseñadora.

Trabajo

Da el salto y consigue de hecho trabajar como diseñadora gracias al apoyo de un diseñador amigo suyo que trabaja para las galerías.

Secreto

Para que la colección sea un éxito deciden, entre los dos, ocultar al público que ella es la diseñadora. Trata de quedar en el anonimato firmando la colección bajo un seudónimo masculino.

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Una de las malas de la película descubre el secreto a las clientas de las galerías y trata de mellar la imagen pública de Ana.

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Más mala que la tiña

La prueba y el resultado

Presenta su colección (culmen, clímax, momento de gran expectación), pero el resultado es un fracaso estrepitoso. Se aisla del mundo. Se da cuenta de que ha fracasado. Cree que no podrá nunca ser diseñadora de moda.

Volver a empezar

Intenta volver a ser una modista.

STOP

Justo en ese momento, Doña Blanca, la estricta jefa de taller interpretada por Aitana Sanchez Gijón le da una de esas charlas que definen totalmente el viaje que ha vivido el personaje principal (en realidad cualquier personaje). Le dice:

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DOÑA BLANCA

Da igual que te pongas esa bata. Ya nunca serás la modista que eras antes. Es imposible. Has vivido demasiadas cosas.

Y voilà (léase vualá), acabamos de escuchar la definición del viaje del héroe en todo su esplendor. Esto habría que ponerlo en un cuadro de punto de cruz para tenerlo siempre presente.

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something like that

Cuando el personaje vuelve de su periplo al lugar de origen (en este caso al taller de modista), no importa que intente que todas las cosas sigan como antes. Es imposible porque él, el personaje, es el que ha cambiado y todo a su alrededor será diferente sencillamente porque él lo ve todo distinto.

Nadie, ni un personaje de ficción ni una persona de carne y hueso puede volver de un viaje sin haber cambiado, sin ser diferente

Lo mismo sucede con cualquiera de nosotros. Hay una serie de vivencias que nos cambian y tras las cuales no volvemos a ser los mismos. Un viaje a la India, una estancia de ERASMUS, colaborar en un centro de acogida, cambiar de trabajo, vivir una enfermedad, sufrir una pérdida, quedarse en el paro… Todas estas experiencias (cualquiera de ellas, o incluso algunas que no sean traumáticas o que no impliquen una gran aventura) nos pueden cambiar para siempre. No importa que lo que haya a nuestro alrededor permanezca igual. No somos los mismos. No volveremos a ser los de antes.

Lo mismo le sucede a Ana en Velvet o a nuestro amigo de toda la vida que volvió tan cambiado de su año estudiando en Londres. Es la evolución, es la vida.

 

El éxito

Un guionista se enfrentándose a la hoja en blanco. Este es el principio de todas las historias que vemos en el cine y en la televisión.

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INT. DESPACHO DEL GUIONISTA – DÍA

En la pantalla en blanco parpadea insistente el cursor. El guionista, con barba de tres días, ojos reposados, sostiene una taza de café humeante en las manos. Mira con serenidad ese cursor parpadeante. Da un trago al café. Su despacho es un cubículo ordenado. Quizá una guitarra en un rincón. Quizá un calendario con fechas tachadas. No hay ropa por medio aunque se adivine que el despacho forma parte de su casa, no de una oficina. Por la ventana se cuela una luz alegre de primavera. El guionista huele su café, se deleita y lo deja sobre la mesa. Entonces comienza a teclear. Todo da vueltas en su cabeza, pero el tecleo constante pone orden a esa mezcla de ideas, de situaciones que piensa. Mágicamente, las palabras que teclea, se hacen reales. Salen de la pantalla del ordenador (un barco, una mujer en bikini llorando en cubierta, un niño con una lupa, una hormiga gigante saliendo del mar). El guionista teclea sin parar porque, sencillamente, nada puede pararlo. Toda su historia está en su cabeza y tiene que sacarla de allí.

La productora acepta el guión sin mover una sola coma

Al cabo de una semana el guionista ha dejado de escribir. Su historia está completa en el papel. La manda a una productora (que le ha pagado previamente generosamente) y no le ponen ninguna pega. De hecho le dicen que es lo mejor que han recibido en años, que así da gusto trabajar. La productora contrata a la actriz protagonista a la que el guionista hizo referencia en una reunión como «la chica en la que pensaba cuando escribió la historia». El director viene de dar un pelotazo con una película que no sólo ha funcionado bien en taquilla, sino que además está llena de momentos de cine de verdad. Lo han tentado con Hollywood, pero prefiere hacer este último proyecto antes porque lo considera esencial para su trayectoria.

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Después de tres meses de preproducción todo está a punto. Las localizaciones están seleccionadas, los equipos alquilados, el personal está dispuesto. En tres semanas se rueda. En otras tres la cinta está lista. Seis meses después, en Octubre, la película se estrena y es un gran éxito. Tanto que el guionista, el director y la actriz protagonista reciben ofertas de medio mundo para trabajar en otros proyectos, pero con total libertad creativa. Es sólo el principio de un largo viaje. El guionista (que es nuestro prota) lo mira todo con aire de satisfacción, pero con un poco de miedo. Todo eso parece un poco irreal. Es como si no estuviese sucediendo verdaderamente.

No quiere despertarse. Quiere saborear un momento más ese éxito

Entonces cae en la cuenta. Es demasiado bonito para ser real, pero a la vez demasiado hermoso como para no luchar por ello. Sabe que se ha quedado dormido en algún punto. Es posible que ni siquiera haya empezado a escribir, que el cursor siga parpadeando insistente desde la página electrónica y blanca del ordenador y él se haya quedado aletargado con el café (ya frío) en la mano, pero no quiere despertarse. Todavía no. Quiere saborear un momento aún ese éxito. No el de la película realizada, el público a sus pies, el smoking en Cannes, sino ver cómo en el otro lado del mundo, más allá de ese espejo del ordenador, todo eso puede ser posible, al menos en parte.

Charlie KaufmanRespira hondo. Sabe que no está preparado, pero se hace el fuerte. Va a despertar. Cuando lo haga escribirá el encabezamiento de su primera escena. Luego vendrá la lucha. No sabe si llegará al final del camino, pero está seguro de que sólo el esfuerzo merecerá la pena. La motivación es terminar el trabajo, no buscar premios ni futuros contratos. La motivación es seguir adelante, escribir la primera escena y continuar como si no hubiera retorno posible, porque está seguro de que ha nacido para eso. Solo para eso y no puede luchar contra sí mismo.

El amor y las series

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Me impresionó mucho una frase de Steve Jobs en su famosa conferencia en la universidad de Stanford en 2005. El resumen de la idea es «Si no has encontrado el trabajo que te haga feliz, sigue buscando. Lo encontrarás y sabrás que es ese. Es igual que el amor». Aquí os dejo una presentación en la que se muestra la idea principal. Me gusta cómo juega con los elementos gráficos (está en inglés, por cierto).

Encontrar tu trabajo es como encontrar el amor. ¿No es bonito eso?

Pues algo así es lo que sucede también con las series y con las películas. Hay veces en que no sabes por qué, pero la serie que tienes delante tiene algo que escapa a cualquier análisis y te fascina. Sientes que acabas de entrar en un lugar que es tan tuyo como tu casa y más mágico que un bosque. Esa serie te dice algo, te llama, mueve determinados resortes que estaban ahí, esperando a que alguien los tocara. Y poco importa si hay fallos, si la iluminación es deficiente, si hay alguna trama que se queda medio descolgada… Simplemente te fascina, te atrapa. Lo único que queda por hacer es dejarse llevar y disfrutar al máximo.

Lo normal es volverse insensible a los fallos de una serie que te enamora

Algo parecido a eso me ha pasado en series como El Ministerio del tiempo (para mí lo mejor que hay ahora mismo en ficción en España), o con películas como Coherence (una verdadera pequeña maravilla de ciencia ficción) o En la casa, de François Ozon.

¿Que estas obras tienen errores? Claro. Coherence ganaría con alguna trama secundaria y el Ministerio tiene algunas escenas a las que les falta algo de ritmo. Todo es mejorable, pero a mí, sencillamente, me llegan al corazón. Punto. No hay discusión posible, porque no se puede discutir sobre emociones. Si en una relación alguien deja de querer a la otra persona no hay nada que hacer, ni que discutir, ni que porfiar. Se acabará. Puede que no haya una explicación. Sencillamente el amor se habrá acabado.

Hay relaciones en las que el amor se acaba sin que nadie sepa por qué

También sucede en el caso opuesto. Hay películas que parecen tenerlo todo, y series bien estructuradas, con actuaciones estelares y con tramas interesantes que nos dejan más fríos que la sonrisa de un verdugo.

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Ayer vi la premiere de El Caso y me sucedió algo por el estilo. La trama estaba bien, las actuaciones eran más que correctas, los secundarios llenaban las escenas notablemente, la ambientación era muy interesante… pero mi corazón no reaccionaba. Al acabar el capítulo estaba a punto de irme a la cama cuando vi que reponían el primer capítulo de Desaparecida. De pronto todo cambió. Sentí como si algo despertara dentro de mí. En la pantalla se notaba el artificio, había alguna actuación digna de mejor causa, pero me interesaba, me atrapaba, me empujaba dentro de esa historia.

Si alguien me pregunta cuál es la diferencia no sabría qué responderle. Puede que sea una cuestión de química con una historia. Puede que sea sólo una cuestión de amor.

La fe de escribir un guión

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Escribir un guión es un ejercicio de fe. Eso lo sabemos todos los que pasamos nuestro tiempo juntando palabras que quieren acabar convirtiéndose en una historia. El proceso es duro, muy duro. Uno tiene que batirse el cobre con elementos que se encuentran tanto dentro como fuera del propio hecho de escribir. Se lucha contra las estructuras que se le pueden atragantar, contra motivaciones burdas de personajes, contra el vacío contra el que se estrella tu historia llegado a un determinado punto. Después, si se han logrado superar estos escollos se lucha por conseguir el equilibrio entre desvelar y sugerir, entre la obviedad y la pista. Se lucha por lograr que lo que acaba en el papel sea exactamente lo que teníamos en la cabeza cuando comenzamos, meses atrás, esta aventura.

El miedo a que tanto esfuerzo se quede en nada

Pero es que además tenemos que pelear contra los elementos que están fuera del propio proceso de escritura. La incomprensión de los demás, el miedo a que tantas horas, tanto esfuerzo no valgan de nada, la sensación de que al final, en el mejor de los casos, se conseguirá terminar la obra, pero que esta tiene muchas posibilidades de que quede para siempre metida en un cajón. Hace poco, vía facebook me llegó un vídeo de lo más explicativo sobre qué era conseguir que se realizase una película.

Vídeo Filmmaking – A Recipe For Disaster

Hace mucho tiempo, en un pub de jazz de Sevilla decidí que iba a dedicarme a escribir. Había quedado con un amigo que aseguraba tener una idea brillante para un cortometraje (si la cita fuera hoy me hablaría de un microteatro, está claro). La historia no me convenció del todo. Era un poco demasiado «de tesis». No me movió, pero había disfrutado tratando ideas, secuenciándolas, imaginando personajes y una trama sólida.

Sonaba en el ambiente el piano de Bill Evans y entonces lo supe. Fue como una epifanía, una llamada a la aventura que no podía desoír. Yo iba a escribir historias. Puede que no la suya, pero sí otras que fueran ilusionantes, que despertaran emociones. Colgada de la pared, en un rincón del pub, una camiseta negra con una trompeta blanca era testigo de mi decisión.

– Ves esa camiseta -le dije a mi amigo -. Será lo primero que compre cuando cobre por algo de lo que escriba.

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Not mine… yet

Cuando comencé a escribir guiones leí un artículo en el que un guionista de cierto renombre declaraba que entre un 80 y un 90 por ciento de las cosas que había escrito no tenía salida. Del resto, lo que llegaban a la consideración de una productora, había otro corte y menos de la mitad llegaba a buen puerto, a la producción, al casting, a los actores, a la emisión. En resumen ¡menos de un cinco por ciento de lo que escribía! ¡Él, que era conocido, que estaba establecido en el sector!

Dicen por ahí que menos de la mitad de un diez por ciento de lo que escribe un guionista tiene salida.

La verdad es que leer ese artículo me dejó pensando, pero no tenía otra opción: yo tenía que ser guionista, tenía que escribir, tenía que conseguir «colocar» historias, hacer que se emitieran, hacer posible que aquello que comenzaba en un papel acabara en una pantalla.

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Cafe Jazz Naima, en Sevilla

De momento no he conseguido que nadie quiera coprar una serie que tengo muy avanzada, ni ninguno de los dos programas de entretenimiento que andan rulando, ni siquiera me he decidido a escribir un microteatro. Pero hace nada logré hacer algo de lo que no me creía capaz (vistos los resultados precedentes): conseguí que alguien se interesara por un sketch que había escrito. De hecho le gustó bastante y le pareció lo suficientemente interesante como para pagar por él y encargarme más. Así que dentro de nada pasaré a engrosar la lista de guionistas que, en algún momento de su carrera, han conseguido cobrar por su trabajo. Ya tengo gastado el dinero que cobraré por este encargo. Por fin compraré la camiseta que vi hace años en un pub de Sevilla y tendré la sensación de comienzo a caminar por un sendero nuevo.

Decir qué somos y qué queremos

Poner en boca de un personaje quién es y qué quiere es una buena manera de poner un colofón a una serie.

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Ya lo hemos oído un buen puñado de veces: es mucho más importante lo que se hace que lo que se dice (podéis encontrar una entrada al respecto aquí), pero muchas veces hacer es decir, y en gran cantidad de veces, lo que se dice y lo que se hace entran en conflicto y posibilitan que se enriquezca lo que queremos contar.

Es un poco como el marciano de Mars Attack cuando iba caminando por un campo de batalla diciendo «venimos en son de paz, somos amigos» y mientras tanto iba cargándose a gente con su pistola de rayos láser.

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Un guión es un conjunto de acciones puestas en orden y muchas veces, para hacer que avance una trama, los personajes hablan.

los personajes se tiran hablando y haciendo cosas durante temporadas enteras de una serie. Y siempre, siempre, siempre, sus acciones los llevan hacia un determinado punto que, visto con perspectiva, resulta ser inevitable. Es algo así como la conversación final entre Walter White y su mujer.

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Skyler, sentada, acaba de colgar el teléfono a su hermana, que le avisaba de que Walter podía estar en la ciudad. Los dos se miran. Es la última vez que hablarán, que se verán. Los dos lo saben.

WALTER: Lo que hice, lo hice…

SKYLER: Como vuelvas a decir una vez más que lo hiciste por la familia

WALTER: Lo hice por mí. Me gustaba. Era bueno haciéndolo. Me daba poder. Disfrutaba.

Después de cinco temporadas, ese profesor de química, ese genio venido a menos que se mete a traficante de drogas admite y asume sus motivos, sus intenciones, sus razones para actuar así. En medio ha matado, traicionado, manipulado, destrozado la vida de su familia y de la gente a la que quiere… todo porque necesitaba hacer algo en lo que fuera bueno y sentirse respetado y con poder (I’m the one who knocks, you now, baby).

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El caso de Sex and the city

Este caso es claro, pero todavía más claro es el de Sex and the city. Estábamos viendo hace poco en casa la última temporada de la serie y en mitad de uno de los capítulos mi mujer me dijo:

– Pobrecita, si Carrie lo único que quiere es que la quieran. Nada más.

Pues bien, después de un novio, y de otro novio, y de un desamor, y de otro, y de mudarse de país (o de planeta), y de renunciar a toda su vida y luego echarla de menos… Después de un sinfín de paseos por Madison Avenue, de los inviernos en Central Park, de aconsejar a sus amigas, de recibir consejos de ellas en las aproximadamente 104.632 ocasiones en las que se reúnen para comer, cenar, salir de copas, tomar un café o lo que sea… Después de 6 temporadas en las que busca y se busca, en las que describe su gusto por los zapatos Manolo Blahnik y aparece con los modelos más extravagantes… después de todo eso Carrie Bradshaw, en una de las últimas secuencias de la serie se marca un speech en el que cuenta quién es y qué quiere.

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Es casi como si estuviéramos oyendo hablar al creador de la serie, Darren Star, en una sesión de pitch antes de que Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda fueran algo más que garabatos en un papel.

INT. SUITE DE HOTEL PARÍS – NOCHE

Carrie y Alexander frente a frente. Discutiendo. Ella se siente sola y triste después de haber sido «abandonada» esa noche por su novio.

CARRIE: Quizá sea el momento para dejar claro quién soy yo. Soy alguien que está buscando el amor. El amor de verdad. Un amor que pueda parecer ridículo, que consuma, que asfixie… un amor sin el que sea imposible vivir. Y no creo que ese amor que yo busco esté aquí, en esta suite tan cara de este hotel precioso en París

Os dejo la escena por aquí https://www.youtube.com/watch?v=q0bgy7T_Scs

Si queréis saber más de Carrie alguien se ha tomado la molestia de hacer una entrada sobre ella en la Wikipedia, pero la versión en inglés es mucho más extensa, con un listado completo de relaciones de pareja.

12 diferencias entre los clásicos Disney y los cuentos tradicionales

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Hacer una adaptación siempre es una tarea compleja. Tienes que resumir tramas, dar unidad, lograr que las motivaciones de los personajes sean claras y hacer posible que los eventos que suceden en las historias tengan su razón de ser. Repasando algunos de los cuentos originales en los que se basaron las historias de princesas de Disney nos podemos encontrar con varias diferencias interesantes. Nos hemos centrado en tres de estas adaptaciones (Cenicienta, Blancanieves y La Bella Durmiente), pero en el resto de historias de Disney encontraríamos muchas cosas más.

Cenicienta

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Cenicienta es la historia de una chica de buena familia cuya madre muere. Su padre se casa con una mujer mala, malísima que tiene dos hijas. Después, el padre muere y la madrastra se porta fatal con ella, la trata como a una criada y la despoja de cualquier estatus social. Esa es al menos la versión de Walt Disney, la que todos conocemos. Pero el cuento original cuenta otra historia ligeramente distinta.

Para empezar, la primera diferencia es que el padre de Cenicienta no muere en ningún momento en el cuento tradicional, simplemente se desentiende de ella. La madrastra le hace mil perrerías y la degrada a sirvienta-esclava y al padre le da absolutamente igual. Una cosa es que en la época las tareas del hogar y el cuidado de los hijos no estuviera repartido igual entre hombres y mujeres, pero otra cosa es que una hija coma de sobras y duerma en un establo y al padre le importe un rábano.

¿Os acordáis del hada madrina? ¿Esa mujer regordeta que andaba cantando por ahí su «shalakabula» y moviendo la varita mágica? Pues nada de eso, quien le da a Cenicienta todos sus vestidos y sus zapatos son los pájaros y un árbol mágico que ella misma había plantado.

Sangre por todas partes

Pero la diferencia más brutal tiene que ver con el gore (cosa que me apuntó Lidia Fraga en su momento). Las hermanastras, cuando tienen la oportunidad de probarse el zapato para ser la elegida, al ver que no les entra, cogen un cuchillo y se amputan (sí señores, se amputan) los dedos de los pies y el talón respectivamente. Animadas, eso sí, por su madre («chica, córtate los dedos, que total, qué más da», les dice a sus hijas con buen juicio la amable señora). La primera hermana logra engañar al príncipe, que la sube a la grupa de su caballo y sólo repara en que algo va mal cuando ve el chorreo de sangre que van dejando como rastro. Después es la segunda hermana la que engaña al heredero al trono (que debía ir bien bebido a su fiesta para ir confundiendo doncellas de esa manera) y desenmascara a la impostora cuando ve que el camino parece más propio de Carrie que de un cuento tradicional.

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Algo así tuvo que pasar en el salón de Cenicienta según el cuento

Finalmente Cenicienta se prueba el zapato y le viene que ni pintado (¿qué calzaba, un 32? ¿qué edad tenía esa muchacha?). En la boda, ella perdona a sus hermanastras, pero los pájaros, que eran muy amigos de cenicienta, no y les pican en los ojos a las hermanas hasta dejarlas ciegas. Todo muy constructivo y apto para todos los públicos.

Resumiendo

  • El padre de Cenicienta no muere, simplemente pasa de su hija
  • El hada madrina no existe
  • Las hermanastras se amputan los dedos y el talón para conseguir que les entre el zapato
  • Las hermanastras son atacadas por pájaros en la boda (una verdadera precuela de la peli de Hitchcock)

Blancanieves

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La madrastra de Disney encarga el asesinato de Blancanieves a un cazador. Como este le falla ella se disfraza de anciana vendedora y se la carga con la consabida manzana envenenada. Una efectividad que ni León el profesional. Ahora bien, en el cuento la madrastra es más torpona. Intenta matar a Blancanieves primero con lazo (la cree muerta, pero los enanitos la salvan), luego con un peine (sucede exactamente lo mismo) y al final con la manzana de marras (con la que finalmente logra su objetivo). Con este asesinato en tres actos da la impresión de que la madrastra era más tenaz que una opositora a la administración pública y que Blancanieves era más bien una inconsciente que buscaba que la matasen.

Ni beso ni barranco

¿Os acordáis de ese príncipe que se enamora de una muchacha muerta (lo cual es un poco WTF) que está metida en una urna y le planta un beso de amor y la muchacha se despierta? Pues nada de eso. El príncipe, al ver a Blancanieves (que tenía, ojo, unos trece o catorce años) inerte, metida en su urna de cristal, le parece «una criatura bellísima». Le pide a los enanitos llevársela a su castillo para, así, admirarla a diario (aquí hay subtexto para dar y regalar, pero lo que les pide es exactamente esto). Cuando la están transportando, con los baches del camino, expulsa el trozo de manzana envenenada que se le había quedado atravesada en la garganta. Entonces es cuando la muchacha se despierta, suponemos que sorprendida al verse metida en un ataúd en plan Kill Bill, aunque sea de cristal.

Kill Bill 2
Concéntrate, Blancanieves

Por supuesto, hay una boda. La madrastra se entera, y al ver a Blancanieves casándose (y ver lo guapísima que está) se marcha del reino ofuscadísima y nunca más se sabe de ella. Así que no muere cayendo por un precipicio mientras es perseguida por unos enanos que buscan venganza. Sencillamente hace las maletas y se larga a algún otro sitio en el que sea la más guapa del lugar.

Resumiendo

  • Hay varios intentos de asesinato por parte de la madrastra
  • No hay resurrección por beso
  • La madrastra no muere despeñada, sino que decide emigrar

La bella durmiente

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Hay trece hadas en el reino, pero el rey no tiene un cubierto de oro para todas, así que decide, al buen tuntún, dejar a una fuera de la celebración por el nacimiento. Ésa hada maldice a la bella y dice que morirá cuando se pinche con una rueca al cumplir quince años.

En la película de Disney no hay tanta hada por allí volando. Son sólo tres las invitadas. Cuando Maléfica se presenta en la fiesta por el nacimiento de la princesa los reyes no pueden alegar nada. Es evidente que no la han invitado porque no han querido, no porque la vajilla se les haya quedado corta. Así que maldice igualmente al bebé.

Colectivización del sueño

Se da la orden de destrozar todas las ruecas del reino, pero por pura casualidad (según el cuento) había una en el propio castillo y es con ella con la que se pincha la princesa y se queda dormida. Todos se quedan dormidos durante cien años sin que medie ningún hechizo por parte de las hadas regordetas y buenas. Sencillamente se duermen. El castillo queda cubierto por unos rosales impenetrables. Hay príncipes extranjeros que, queriendo conocer más acerca de esta historia, pretenden atravesar los rosales. ¿Creéis que lo logra alguno en 99 años y 364 días? Efectivamente: no. Todos mueren enzarzados. Se quedan atrapados allí y mueren. No quiero imaginarme la agonía de esos príncipes, porque tampoco queda narrada en el cuento original, pero seguro que muy agradable no fue.

Maléfica
No, esto no tiene mucho que ver con el cuento original

Ahora bien, cuando llega el último día de la maldición, un príncipe atraviesa el rosal (tenía que estar trufadito aquello de cadáveres) y entra al castillo. Alcanza la habitación donde la princesa estaba dormida y esta se despierta. Sí, justo en ese momento. Y no, no hay besos ni nada que se le parezca. Lo que sí que hay es una boda al final, vaya a saber usted por qué.

Resumiendo

  • Trece hadas en vez de cuatro
  • No hay una lucha entre el hada malvada y ningún príncipe. Ella echó su maldición gitana y se quitó de en medio. No vuelve a aparecer.
  • El hada mala no tiene nada que ver con la rueca con la que se pincha la princesa
  • Decenas de príncipes mueren entre los espinos del castillo
  • No hay resurrección por beso

Si queréis leer versiones de los cuentos originales aquí tenéis los enlaces:

Cenicienta

Blancanieves

La bella durmiente

 

The lady from Cuenca

señora

Ya se ha superado una etapa en el audiovisual español. Ahora nos estamos dirigiendo a un público más adulto, más preparado. Los clichés de otra época ya no sirven. Hemos pasado por encima de un tiempo en el que el modelo estaba obsoleto. Podemos tratar al espectador de tú a tú.

Frases como estas han estado llenando las páginas (web) relacionadas con el mundo de la tele desde hace unos años a esta parte. Con la llegada de series novedosas (en España), de productos pensados para el consumo masivo que no respetaban los estándares que había hasta entonces (en España) se dio por concluido el reinado absoluto de las series pensadas para un ser aparentemente intrascendente pero de un poder casi sobrehumano: la señora de Cuenca.

La señora de Cuenca era esa mujer a la que hacían referencia los productores para indicar que los productos tenían que ser más entendibles. En una reunión con un productor aparecía siempre asomándose por el quicio de la puerta.

desde la puerta
Como esto, pero sin que parezca que haya nacido en Leeds y se llame Margaret

«Si yo lo entiendo perfectamente. Es un giro arriesgado, super interesante, pero tiene que entenderlo todo el mundo. Tiene que entenderlo UNA SEÑORA DE CUENCA».

La señora de Cuenca (ya se sabe) era un poco medio lerda, tenía poco mundo, le encantaban las películas de Paco Martínez Soria, el telecinco de Raúl Sénder y Cruz y Raya (que eran muy gamberros), veía en su momento Tómbola y le gustaban las cosas que pudiera entender (así lo cuenta Alberto Rey, en el Mundo). Como no había viajado mucho, pues no le gustaban cosas raras. Nada demasiado violento, ni demasiado sexual, ni demasiado explícito, que los malos fueran malos y los buenos fueran guapos, lindos, un poco tontorrones y graciosos. Si podían tener problemas de amores, que no hubiera cuernos de por medio (porque en Cuenca, ya se sabe, no gusta lo de los cuernos ni la violencia ni el sexo).

Después han ido saliendo series y programas que parecían haber enterrado a esta señora. O ya no importaba demasiado o los directivos de las cadenas se habían dado cuenta de que la señora de Cuenca era mucho más arriesgada de lo que pensaban. Quién sabe, lo mismo había viajado y había probado nuevas cosas, nuevas comidas, nuevas experiencias. Había visto nuevos amaneceres, se había subido en un autoligero, había hecho parapente y escalada, incluso puenting (cosas que se ofrecían en Groupon, ya se sabe). La señora de Cuenca ya había empezado a ir a clases de inglés y veía cosas que llegaban de la BBC que el hijo que estudiaba en Madrid (= La Meca) se había descargado de internet. Y oye, le gustaba, (ya lo cuenta Ángela Armero en esta entrada de Bloguionistas). Quién se lo iba a decir cuando lo que más le apetecía del mundo era «Farmacia de Guardia» (para dentro, Romerales), «Médico de familia» y «Lleno por favor».

farmacia-de-guardia

Ahora veía tranquilamente cómo en Velvet ese muchacho tan guapo y esa muchacha tan linda se acostaban sin tener en cuenta que él estuviera casado con otra. O veía cómo una serie transcurría íntegramente en una cárcel de mujeres que también se besaban y se querían y hacían sus cosas, o encajaba sin ningún problema que una señora muy señora se enamorara de un cura muy cura (todo muy en plan regenta).

Parecía que había dado un paso adelante, que había visto cosas nuevas y le habían gustado, pero de vez en cuando, como antes, asoma la patita por la puerta de los productores, que dicen «a ver si no se va a entender bien esta frase, o esta trama, o esta idea»… y la hacen obvia, y hacen que se mastique tanto que pierda la gracia.

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Así, por ejemplo, en una investigación un agente de la guardia civil busca en un restaurante japonés si tienen la lista de reservas. Cuando se la dan, tras revisarla, pregunta.

– ¿En este restaurante tienen sushi?

Y yo, que nací en Bilbao, me crie en Sevilla y vivo en Madrid me quedo con la boca abierta.

Y la señora de Cuenca, que hasta hace nada no había viajado ni había probado cosas nuevas, también.

Hace ya un par de años le abrieron en el barrio un japo y descubrió lo mucho que le gustaban los nigiris de salmón. Desde entonces pide que se los lleven a casa una vez al mes y los disfruta mientras descubre las intrigas de McNulty en The Wire, o lo malo que es Walter White, pero lo mucho que le gustaría que las cosas le salieran bien, o mientras disfruta de ese Miguel Ángel Silvestre tratando de hacer que triunfe el amor por encima de todo aunque no esté casado con su amante, o mientras se emociona de veras con cualquier otra serie en la que la tratan con respeto, como una persona que está en el mundo y que sabe más que lo que muchos directivos de las cadenas creen.